Xafeu, Xafeu… i trobareu

“Trenes daurades que recullen l’essència de la terra…Quant aculls i quanta pols has de mantindre…”
CONTEXTUALIZACIÓN
L’estora d’espart
La fibra del esparto ha sido utilizada desde tiempos prehistóricos en las diferentes comunidades locales mediterráneas. En un sentido simbólico nos remite a una conexión con la tierra, un símbolo de la vinculación del ser humano con su entorno.
Tanto la actividad de recolección de la fibra como la de su transformación y trenzado, requería de un profundo conocimiento del entorno natural, convirtiéndose éstas en una actividad colectiva y casi ritual de cohesión comunitaria, reforzando los sentimientos identitarios.
Con el trenzado del esparto se generaban utensilios contenedores como cestas y alforjas, que se utilizaban para almacenar y transportar alimentos y enseres. Esta capacidad de acoger y preservar semillas, granos y otros elementos era esencial para la subsistencia del ser humano, pero también daba lugar a elementos de protección como esteras o calzado.
Desde un punto de vista simbólico y ritual, estos elementos contenedores también podían ser usados para albergar ofrendas. El acto de ‘acoger’ los frutos de la tierra simbolizaba la interrelación entre el ser humano y el territorio, reforzando su vinculación espiritual con el entorno. A su vez, el proceso de trenzar era considerado como un acto de protección y cuidados, para ennoblecer a una materia que protegía y asilaba de la humedad.
Es por eso por lo que deseamos resignificar como elemento “l’estora d’espart”, elemento tan versátil en los hogares agrícolas mediterráneos, tanto a nivel práctico como simbólico. Utilizada la estora como capa aislante de protección en las casas con suelos de tierra o piedra, protegía del frío, de la humedad o del calor, además de ofrecer una superficie más confortable. A su vez, ayudaba a mantener la limpieza y delimitaba las diferentes estancias, contribuyendo a organizar los espacios. Otra función era la de cubrir y proteger enseres o alimentos.
En las casas agrícolas y masías, “l’estora d’espart” marcaba el límite entre el espacio exterior y el espacio interior del hogar, donde se resignificaba la protección y la intimidad.
“L’estora” se convierte así en metáfora de la definición y protección de nuestros espacios. Contiene en su fibra la huella de lo artesano y la conexión con el territorio, simbolizando la memoria y el paso del tiempo.
CONCEPTUALIZACIÓN
“L’estora d’espart” como cobijo
Al resignificar “l’estora”, pretendemos crear un umbral entre el pasado y el presente, entre lo íntimo y lo colectivo, entre lo visible y lo invisible, lo infraleve. Convertirla en un microsistema, un objeto vivo en constante transformación. No solo delimita espacios, sino que alberga vida en su interior, el polvo, la tierra, acoge y protege.
Esta “estora” va a cobijar tierra de labranza en un sutil pliegue como vestigio del pasado, atrapando la huella y la memoria del territorio, y rompiendo el límite entre el interior y el exterior, entre lo que es el elemento y lo que simboliza, la memoria latente y la frágil interdependencia entre el ser humano y su entorno, entre lo que existió y lo que existe. Es habitar un espacio desde el cuidado, ocultando y protegiendo su secreto. Una alfombra extendida delimitando un espacio y otra enrollada en modo de latencia esperando ser activada.
Pero, todas las alfombras ocultan polvo y secretos, ¿y si además tuviese connotaciones mágicas y te trasladase a otro espacio como umbral o portal de desplazamiento? Ya no solo sería un objeto que resignifica y delimita un espacio, sino que también lo expande y dispersa entre diferentes dimensiones.
Estas dimensiones estarían entre el pasado y el presente; entre el adentro y el afuera; entre lo visible, lo invisible y lo latente; entre lo efímero y lo permanente; entre la memoria y la fábula. Al esconder polvo y tierra de cultivo te está transportando a otro paisaje, a un viaje en la memoria, una memoria latente que conecta con el presente, un rastro infraleve de su desplazamiento temporal. La tierra oculta es un fragmento de un territorio en devenir, transitorio.
“L’estora d’espart” como línea, oportunidad imaginativa
Los trenzados que la componen se deshacen y liberan las fibras, que vagan en busca de ideas, de magia, de sorpresas. Fibras que van y vienen, del pasado al futuro, fibras que se vuelven a trenzar formando una línea, un espacio liminal que es, al mismo tiempo, conjunción de épocas, de historias, de significados estratificados en la materia.
Sobre “l’estora”, rozada por pies y miradas, caen las palabras, y al volverse suaves, se insinúan entre los trenzados, llenándolos de leyendas y recuerdos. Bajo “l’estora”, en espera, están los secretos, cubiertos de polvo lo justo para volverse materiales, para abrirse camino entre el suelo y “l’estora”.
“L’estora” es el punto de unión entre el cielo y la tierra, “l’estora” somos nosotros, con los pies polvorientos hundidos en la tierra y la cabeza acariciada por el polvo de estrellas.
Arriba y abajo: polvo y tierra Dentro y fuera: polvo y tierra
“L’estora” esconde y ofrece descaradamente un gesto de comodidad aparente, en una comunidad que busca entrelazarse como los trenzados en busca de una relación de proximidad.
Levantar “l’estora” y mirar qué se esconde debajo, descubrir los dibujos trazados por el polvo y la tierra, dejarse sorprender por el encuentro con los recuerdos, con lo no dicho, con fragmentos ocultos de experiencias vividas. Actuar y levantar “l’estora”, o bien caminar sobre ella, aplastar el polvo y endurecerlo hasta convertirlo en una nueva capa, parte integrante de la misma.
Una alfombra, “l’estora”, protege la memoria pasada, la resguarda, dándole forma, volumen, a través del polvo. El objeto mismo se convierte en un medio, haciendo visible el efímero concepto duchampiano de infraleve.
Frente a “l’estora” extendida, se alza otra estora, enrollada, en vertical, convirtiéndose en tótem. Tótem que alude al concepto mismo del totemismo de Claude Lévi-Strauss, que nos remite al pasado para reubicarnos en el presente. Un presente donde las “estoras” de fibras naturales son limpiadas, cepilladas con rodillos artificiales, los mismos rodillos que el artista Pino Pascali exhibía como trofeos en el inmaculado espacio museístico.
No nos queda más que usar las “estoras” como si fueran mantas, o cubre paredes, o como si fueran techos de chozas, envolventes e íntimas como los Igloo de Mario Merz. Y desde dentro de las chozas, al calor y en contacto con la tierra, podremos mirar a través de las rendijas del techo y contemplar el polvo de las estrellas.
Resignificar para revivir, para volver a vivir, para seguir viviendo.
