Caperucita roja

Hoy me he levantado pensando en Caperucita roja. Y ayer y antes de ayer.

Desde que vi su nombre en el cartel luminoso de un night club de carretera no paro de preguntarme como C.R. terminó ahí. Es tanta mi obsesión que para abreviar la nombro C.R. No confundir con Cristiano Ronaldo, por favor, que, aunque sea muy popular no aporta nada a este cuento, o, al menos, a mí me lo parece. En cualquier caso, su grito recurrente bien podría ser la de un lobo en celo.

Bien, volvamos con C.R. Todo parece indicar que empezó en centro Europa en la época medieval. C.R., una joven con una capuchita roja había de cruzar el bosque para llevar la comida a su abuelita enferma. Se trataba de utilizar el miedo, incluso el terror para educar a los peques. Se les asustaba para que no se saltaran las rígidas normas que el saber popular aderezaba con la fe católica o protestante y que esgrimían dependiendo del lugar.  

C.R. no fue su nombre original. No. Este se maceró poco a poco, de boca en boca, tal cual leyenda, hasta que Charles Perrault le dio título: Le Petit Chaperon rouge, Caperucita Roja según nuestra traducción, C.R. para nosotros.

Charles Perrault, en 1697, bordeando el siglo XVIII, siglo de la ilustración, del conocimiento y la razón, publicó una recopilación de los cuentos de antaño donde lo incluyó. Aunque ordenó y revisó las escenas más sangrientas y espeluznantes, C.R. era un relato cruel cuya finalidad era prevenir la curiosidad de las jóvenes. C.R. alertaba de la fatalidad en los encuentros con desconocidos. No había ni habría un final feliz. Si caías en la tentación el lobo se comería a la niña. C.R. moría despiadadamente.

Recordemos aquí que fue su madre quien advirtió a C.R. de que tuviera cuidado con las fieras del bosque y que esta, C.R. desobedeciéndola, cruzó unas palabras con el lobo. Este le propuso un reto al enterarse de que iba a visitar a su abuelita.  ¿A ver quién llegaba antes? El lobo engañó a la niña eligiendo el camino más corto y al llegar a casa la abuela y tras comérsela, esperó a C.R. Cuando esta se metió en la cama por indicación de quien parecía su abuela, el lobo la devoró.

En este relato no había magia, no había hadas, no había superpoderes, sólo caperucita, el lobo y la moral. Una moral cruda. C.R. era un cuento despiadado, implacable al igual que el Dios judío del viejo testamento.

No fue hasta 1812 cuando los hermanos Grimm introducen un final feliz. Un Leñador o un Cazador, según la versión que te encuentres, al oír los gritos de la niña entró en la cabaña de la abuela y mató al lobo destripando y sacando milagrosamente con vida a la anciana y a C.R. Todo parece indicar que el Leñador, tal vez el Cristo redentor, siguiendo el símil anterior, nos perdonara y nos diera otra oportunidad para volver a la vida. La vida eterna.

Y en esta realidad edulcorada, con esta suavidad, este cuento infantil llegó a nuestros oídos al menos hasta el final del siglo XX.

Hoy, en pleno siglo XXI, desde el respeto, desde la igualdad de género, desde un feminismo activo, este y otros cuentos del pasado son vistos como sexistas incluso se han llegado a prohibir.

Leo estupefacto que la prestigiosa escuela Tàber de Barcelona ha quitado de las estanterías de su biblioteca, 200 títulos infantiles entre ellos C.R., por su toxicidad. Al parecer C.R. cae en el estereotipo de mujer débil que necesita protección frente al género fuerte, frente al lobo machista que la lectura provoca. No hay espacio en C.R. para la diversidad.

Frente a este hecho, frente a la vuelta a lo prohibido, sólo comentar que la inquisión nunca solucionó nada, más bien provocó y provoca morbo en la sociedad. No podemos leer con los ojos de ahora la C.R. de antaño, no podemos obviar la cultura que lo creó. Quizá sería mejor utilizar la pedagogía para que los jóvenes y las jóvenes supieran discernir si quieren o no dar un paseo por el bosque.

De cualquier manera, gracias al feminismo se puede conseguir que caperucita no se meta en la cama del lobo engañada, empujada o sin pleno consentimiento. Gracias al feminismo cualquier ciudadano independientemente del género es libre de hacer con su cuerpo lo que desee. Lo que quizá no hayamos conseguido como sociedad es despojar al macho la piel de cordero y tal vez, esa, y digo, tal vez, sea la causa de porque como reclamo, como cebo para el lobo todavía existan carteles en la carretera donde aparezca C.R. iluminada en un night club.

martíllopis. Febrer 2023

Nota. Esta idea parte de la propuesta de Miquel Valls para el Grito Contado en Altea.